martes, 3 de abril de 2012

A PROPÓSITO DE LA PARABOLA DEL BUEN SAMARITANO

Cuando los que menos tienen nos enseñan que siempre tenemos algo para dar y con que bendecir a alguien mas...



"En una ocasión me encontraba en un restaurante y vi a dos niños de la calle vestidos con trapos viejos y unas cobijas en sus hombros. El pequeño tendría siete años y el grande quizás quince. Según supe, para comer tenían que robar y para robar tenían que drogarse. A tan temprana edad, iban hambrientos de casa en casa pidiendo un poco de comida y la gente les decía: "Trabajen o hagan algo, pero aquí no molesten". Por supuesto, ellos sentían el rechazo ya que se notaba en sus semblantes la desesperación, la angustia y la gran frustración por no lograr en ninguno de sus intentos conseguir un poco de comida. Sólo oían voces que decían: "Aquí no hay nada, lárguense". Finalmente el mesero del restaurante donde yo me encontraba, muy atento, les dijo que iba a ver si podía conseguir algo para ellos.



Efectivamente el mesero regresó con una botella de gaseosa. ¡Qué felicidad, qué alegría! No sabían qué hacer con tanta dicha. El mayor le dijo al menor: "Tome usted y luego yo", y así empezaron a beber su refresco. El muchacho observaba al pequeñín con una sonrisa inmensa, los ojos llenos de emoción y relamiéndose la boca medio abierta. Cuando le tocaba el turno miraba al otro de reojo mientras se llevaba la botella a la boca, y simulaba beber pero apretaba fuertemente los labios para que no le entrara ni una sola gota. Luego le decía al pequeño: "Le toca, pero tome sólo un poquito". Éste daba un trago y exclamaba: "¡Mmmm... qué rica!". Luego igual, se llevaba a la boca la botella a medias, no tomaba nada y decía: "Ahora usted". Así continuaron el juego hasta que el pequeño barrigoncito de ojos saltones y cabello empegotado acabó con todo el contenido de la botella. Qué lección tan tremenda fue oír esos "ahora usted", "ahora yo" y ver esos labios apretados y la mirada del chico mayor, llena de esa chispa divina.



De repente sucedió algo extraordinario: el mayor comenzó a cantar, a bailar salsa y después a patear la botella de la gaseosa como si jugara fútbol. Estaba radiante, los ojos y el rostro iluminados con la llama del amor; el estómago totalmente vacío pero el corazón rebosante de alegría y satisfacción. Corría y brincaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario, o mejor aún con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas extraordinarias sin darles mayor importancia.

En medio de todo esto que estaba sucediendo, no me había dado cuenta que Carlos, el mesero, para mi sorpresa también estaba observando a los niños, y emocionado, con una gran sonrisa en su cara me dijo: "Qué enseñanza de amor, gratitud y apreciación me ha dado este niño de la calle. En este restaurante veo muchas veces personas que se ponen de mal genio, gritan y se descomponen, porque no les llega su comida a tiempo y por 5 o 10 minutos de tardanza, arman tremendo problema".



Cuando aprendemos a aceptar las cosas, buenas o malas que la vida nos da, sin perturbarnos, simplemente entendiéndolas, apreciándolas y tomando lo mejor de ellas, tendremos una oportunidad para abrir nuestros ojos y despertar de la inconsciencia que nos hace sufrir y no nos deja disfrutar la magia del amor del cual Dios nos lleno el corazón, para que de esta forma cambiemos tristezas por alegrías en quienes nos rodean". (Jaime Jaramillo)


¿Estamos entonces dispuestos a tender nuestra mano a quien lo necesita o vamos a seguir esperando a que quien menos tiene lo haga por nosotros y nos deje en vergüenza delante del Señor?

No hay comentarios:

Publicar un comentario